Ahora entraremos en la parte central de nuestro estudio. Cuando Jesús estaba en la tierra, ¿aprobó el concepto del Reino de Dios del Antiguo Testamento, o lo alteró?
Jesús proclamó su título de Mesías
Primero notemos que Jesús dijo claramente que él era el Mesías prometido, o Cristo. En los primeros días de su ministerio una mujer samaritana le dijo:
«Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.» (Juan 5:25)
Jesús replicó inmediatamente:
«Yo soy, el que habla contigo.» (Juan 5:26)
Cuando Jesús fue enjuiciado, al final de su ministerio, el sumo sacerdote le aplicó el Juramento del Testimonio, el cual ningún judío piadoso podía evadir o responder falsamente:
«Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios.» (Mateo 26:63)
Observe que el sumo sacerdote conocía la promesa a David. El Cristo no solamente sería un gobernante, sino también el Hijo de Dios. La respuesta de Jesús fue:
«Tú lo has dicho.» (Mateo 26:64)
Para nosotros ésta podría ser una respuesta evasiva, pero de hecho expresaba total acuerdo, pues en aquellos días la cortesía impedía responder con un directo «sí» o «no.» Más tarde el gobernador romano hizo una pregunta similar:
«¿Luego, eres tú rey? (Juan 18:37)
De nuevo llegó la afirmación cortés:
«Tú dices que yo soy rey.» (Juan 18:37)
A causa de esta afirmación y a pesar de la vehemente oposición de los sacerdotes, Pilato puso sobre la cruz de Jesús este título de su reinado:
«Jesús Nazareno, Rey de los judíos.» (Juan 19:19)
Por consiguiente es claro que Jesús dijo que él era el Mesías, pero ¿usó el término en el mismo sentido que sus hermanos, los judíos? ¿Predicó acerca de aquel tiempo de bendiciones para el mundo cuando reinaría en el trono de David como rey sobre el reino de Dios?
O ¿dijo a sus oyentes que todo el tiempo habían estado equivocados en sus creencias, puesto que el reino de Dios no era literal, y que este reino consistía más bien en su soberanía sobre las vidas presentes?
Aun una lectura superficial de los evangelios proporciona la respuesta. Jesús respaldó completamente el concepto del Antiguo Testamento sobre el Mesías. El habló del tiempo cuando vendría y se sentaría «en su trono de gloria» (Mateo 25:31), cuando sus discípulos compartirán la responsabilidad del gobierno con él (Mateo 19:28). También dijo que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas estarían en el reino de Dios, y se sentarían allí con las multitudes que habrían sido congregadas de todos los puntos de la tierra (Lucas 13:29).
Lo que la gente pensaba de Jesús
Aquellos que escucharon a Jesús y no lo menospreciaron por su aparente origen humilde encontraron convincente su pretensión de ser el Mesías. Andrés dijo a su hermano Pedro:
«Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo).» (Juan 1:41)
También Felipe dijo a su amigo Natanael:
«Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret.» (Juan 1:45)
Más o menos un año más tarde, después de escuchar a Jesús y ver su poder de curación, el pueblo preguntó:
«¿Será éste aquel hijo de David?» (Mateo 12:23)
Tres años en su compañía hicieron que sus discípulos estuvieran más convencidos de la afirmación de Jesús. En una ocasión les preguntó quién pensaban que era. Pedro, como siempre, fue el portavoz de ellos, contestando de nuevo en el lenguaje de las promesas de los padres:
«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» (Mateo 16:16)
Si Jesús no era el Mesías en el sentido convencional de los judíos, aquí había una oportunidad ideal para instruir a sus discípulos sobre su verdadera misión. Pero su respuesta confirmó que el entendimiento de ellos era correcto:
«Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» (Mateo 16:17)
El efecto de la predicación de Cristo
No puede haber duda, por consiguiente, de que cuando «recorría Jesús todas las ciudades y aldeas enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino» (Mateo 9:35), estaba hablándoles del cumplimiento de las promesas a Abraham y David. Lo que no les dijo expresamente fue cuándo sería establecido el reino. Teniendo en mente la opresiva ocupación romana de su tierra, no es sorprendente que habiendo reconocido a Jesús como su Mesías, los judíos esperaran que en ese mismo momento rompiera el yugo romano, estableciera de nuevo el trono de David, y gobernara en justicia como los profetas habían predicho. En la última ocasión en que Jesús viajó a Jerusalén esta expectación se volvió más pronunciada. A medida que subía desde Jericó muchedumbres cada vez más excitadas se le unieron hasta que llegó a Jerusalén acompañado de una multitud de hombres y mujeres cantores que lo aclamaban como el Mesías, el Hijo de David:
«Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» (Mateo 21:9)
Pero todos saben lo que sucedió a Jesús durante su visita a Jerusalén. Fue arrestado. Unos días más tarde, la misma multitud que le dio la bienvenida a la ciudad clamaba por su crucifixión, y en pocas horas Jesús colgaba sin vida en la cruz. ¿Significa esto que Jesús no era el Mesías? ¿Acaso era un impostor, y su afirmación de ser el hijo prometido a Abraham y David era falsa?
No. De haber estudiado aquellos judíos las Escrituras con mucha más percepción, habrían podido ver que la obra del Mesías comprendía dos aspectos. Ya hemos visto que una parte de las bendiciones que han de venir al mundo por la obra de la simiente de Abraham es el perdón de los pecados. Su sacrificio en la cruz hizo posible ese perdón, y es un aspecto vital de la misión del Salvador que consideraremos en detalle en el capítulo 9. Pero por el momento debemos volver a la enseñanza de Jesús acerca del reino de Dios.
En aquel fatal viaje a Jerusalén, Jesús ya había indicado que aunque el reino de Dios vendría, éste no aparecería inmediatamente. Lucas registró la enseñanza de Jesús mientras viajaba con ellos:
«Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.» (Lucas 19:11)
¿Cómo logró esta parábola corregir tal impresión? Sus claras palabras proveen la respuesta:
«Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver.» (Lucas 19:12)
Es obvio que el hombre noble es el mismo Jesús, y con esta parábola les decía que tendría que irse «a un país lejano,» una inequívoca alusión a su ascenso al cielo. Luego él regresaría a la tierra con autoridad para establecer el reino. Unos días más tarde dio en privado a sus discípulos un mensaje similar. Les habló de las muchas cosas terribles que sucederían a Jerusalén y al pueblo judío; pero posteriormente el regresaría para salvar al mundo:
«Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria… Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.» (Lucas 21:27,31)
He aquí un resumen de lo que he señalado hasta aquí sobre la enseñanza de Cristo:
- Jesús predicó el evangelio, o buenas nuevas, del reino de Dios.
- Sus oyentes esperaban un reino literal en la tierra, tal como había sido prometido a sus padres.
- Ellos vieron en Jesús a su ansiado Mesías.
- Jesús enseñó que el reino sería establecido en su segunda venida, y no durante su primer ministerio.
Lo extraño de la actitud de los discípulos fue que las prevenciones de Cristo sobre su inminente muerte no fueron comprendidas. Habiendo estado en el apogeo de la esperanza en su entrada triunfal en Jerusalén, se sumergieron en las profundidades de la desesperación en su crucifixión. ¡La persona que genuinamente creyeron que era el Mesías, estaba muerta! Así lo comentó uno de ellos días más tarde:
«Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel.» (Lucas 24:21)
¡Entonces sucedió la cosa más maravillosa! Jesús se levantó de los muertos y se les apareció. Habló con ellos, comió con ello y pudieron examinar las cicatrices de los clavos en sus manos. Realmente «se les presentó vivo con muchas pruebas indubitables» (Hechos 1:3). ¿De qué hablaron el resucitado Jesús y sus discípulos? Lucas nos dice en el mismo pasaje que no fue de otra cosa que del reino de Dios:
«…apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.» (Hechos 1:3)
¿Es ahora el tiempo?
No es difícil imaginar la reacción de los discípulos. Jesús había vindicado su derecho de ser el Mesías por medio de su resurrección. Estaba hablando del reino de Dios que los profetas habían predicho. Seguramente el tiempo que habían estado esperando había llegado al fin. Con voces ansiosas le preguntaron si había llegado el momento de tomar el trono de David y reinar como rey:
«Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» (Hechos 1:6)
De nuevo había una oportunidad para que Cristo los corrigiera si su concepto del reino era incorrecto. He aquí la mejor oportunidad para explicarles que el reino que vino a establecer era espiritual, y que cuando ellos fueran a convertir al mundo estarían creando el reino de Dios al formar un cuerpo de creyentes que extenderían la influencia y dominio de Dios por todo el mundo.
Pero Jesús no los corrigió. Su único comentario fue sobre el tiempo de la aparición del reino, no sobre el hecho mismo:
«No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad.» (Hechos 1:7)
Estas fueron casi las últimas palabras de Cristo para sus discípulos. Mientras ellos estaban allí mirándolo, él ascendió al cielo y se fue. Jesús había aparecido y desaparecido antes durante esos cuarenta días después de su resurrección; pero obviamente ésta era la despedida final, y ellos lo vieron irse con pesar en sus corazones. Quizá de nuevo se cruzó por sus mentes el pensamiento: «¿Es éste el final?» Si así fue pronto se les disipó por la presencia de dos hombres en vestiduras blancas que silenciosamente se habían unido al grupo. Estos ángeles tuvieron enfáticas palabras de reafirmación:
«Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.» (Hechos 1:11)
Así supieron los discípulos que la esperanza del reino no se había extinguido, pero que su cumplimiento se demoraría hasta el retorno de Jesús.
La primera predicación del cristianismo
Unos pocos días después de la ascensión de su Maestro, los discípulos estuvieron bajo la influencia directa del Espíritu Santo como los profetas lo habían estado en el pasado (Hechos 2:1-4). Ellos inmediatamente pusieron en acción este nuevo poder y autoridad y comenzaron la tarea de convencer, primero a los judíos y luego a todo el mundo, de que Jesús era el Mesías.
Ellos comenzaron en Jerusalén. Una multitud se congregó y Pedro comenzó hablándoles acerca de Jesús. Esta era la primera ocasión en la cual el cristianismo estaba siendo predicado al mundo. ¿A qué se refirió Pedro? ¡Nada menos que a la promesa que Dios había hecho a David! Recordó a sus oyentes que Dios había dicho a David que él tendría un hijo, el Cristo, el cual se sentaría en su trono. El argumento era que David había previsto la muerte y resurrección de su descendiente, y como podía demostrarse que este hombre Jesús a quien los judíos habían crucificado había resucitado de los muertos, por consiguiente, él debía ser la prometida simiente, el Cristo:
«Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David… siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo…» (Hechos 2:29-31)
Habiendo demostrado que las Escrituras predecían la muerte y resurrección del Cristo, entonces Pedro enfatizó:
«A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.» (Hechos 2:32)
Y concluyó:
«Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.» (Hechos 2:36)
Observe que Pedro de ninguna manera estaba cambiando el concepto judío del Mesías. Su objetivo era solamente demostrar que el Mesías era Jesús.
En su predicación uno o dos días más tarde Pedro dijo a sus oyentes que las bendiciones del reino predichas en el Antiguo Testamento llegarían cuando Jesús volviera a la tierra:
«Y el envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.» (Hechos 3:20-21)
No estábamos equivocados por consiguiente al trasladarnos al Antiguo Testamento para entender la misión de Jesús. Según el apóstol Pedro éste es el lugar donde su gran obra es profetizada. ¿Puede usted reconocer ahora el papel vital de las Escrituras hebreas para nuestro entendimiento de la obra de Cristo? ¿Puede usted apreciar más completamente el tema que corre como el hilo de oro por toda la Biblia y, maravillado de este descubrimiento, reconocer que esto sólo puede ser la obra de Dios?
El tema del cristianismo del primer siglo
Esta forma de describir la obra de Cristo fue mantenida por todos los discípulos del primer siglo. El establecimiento del reino de Dios al retorno de Jesús fue el mensaje que prevaleció. Aunque pueda parecer repetitivo, me gustaría citar varios predicadores bien conocidos del Nuevo Testamento a fin de dejar completamente establecido este criterio más allá de toda duda. De Felipe leemos:
«Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.» (Hechos 8:5)
Unos pocos versículos más adelante hay una definición de lo que implicaba su predicación de Cristo:
«Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombre y mujeres.» (Hechos 8:12)
Otro de los grandes exponentes del cristianismo fue el apóstol Pablo, quien de manera especial se dedicó a predicar a los gentiles. Escuchemos algo de sus discursos. En Antioquía, del mismo modo que Pedro en Jerusalén, introduce la promesa a David diciendo:
«De la descendencia de éste, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel.» (Hechos 13:23)
Vemos que Pablo creía que Jesús era el prometido hijo de David, con todo lo que esto implicaba. Hablando a los atenienses cerca de la Acrópolis les explica la intención de Dios de juzgar al mundo por medio del gobierno justo de Jesús:
«Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.» (Hechos 17:31)
En Efeso:
«Entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios.» (Hechos 19:8)
Dijo a los efesios que había llegado a ellos
«predicando el reino de Dios.» (Hechos 20:25)
Que Pablo predicaba a Jesús como el gobernante de un reino literal, es evidente por la reacción de sus adversarios en Tesalónica. Ellos acusaron a Pablo de decir cosas que
«contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús.» (Hechos 17:7)
Está claro que el venidero gobierno de Jesús fue visto como una amenaza para el emperador romano. Podemos estar seguros de que la predicación de un rey místico o simbólico no habría levantado tal reacción.
Aun estando en prisión por sus creencias pudo decir a sus visitantes:
«Por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena.» (Hechos 28:20)
Esta esperanza es definida unos pocos versículos mas tarde:
«…les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas.» (Hechos 28:23)
Toda su actividad en prisión se resume en el último versículo de Hechos:
«Predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.» (Hechos 28:31)
El retorno de Cristo, la esperanza de los primeros cristianos
Un estudio de los escritos cristianos del primer siglo demuestra claramente que el retorno de Jesús para establecer el reino de Dios fue la principal esperanza de los creyentes. Como ejemplo veamos las epístolas de Pablo a los tesalonicenses, donde hay alusiones repetidas señalándolo como la culminación de la expectación de los creyentes (1 Tesalonicenses 1:10; 2:19; 3:13; 4:15-16; 5:2, etc.).
El retorno de Jesús a la tierra fue considerado vital por aquellos cristianos no sólo porque significaba bendiciones para toda la tierra bajo el gobierno de Cristo, sino porque solamente entonces podría realizarse su propia salvación. Cualquier idea de galardón inmediato a la hora de la muerte sería extraña al cristianismo del Nuevo Testamento. Lea cuidadosamente estos ejemplos de la enseñanza de los apóstoles:
«Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino… Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.» (2 Timoteo 4:1,8)
«Para que sometida a prueba vuestra fe…sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo… Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado.» (1 Pedro 1:7,13)
«Cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.» (1 Pedro 5:4)
«Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él.» (1 Juan 3:2)
El último mensaje de Cristo para sus seguidores, contenido en los últimos versículos de la Biblia, es:
«He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.» (Apocalipsis 22:12)
Por consiguiente, no existe ni la menor duda de que el retorno de Jesucristo a la tierra para establecer el reino de Dios y recompensar a sus verdaderos seguidores era la esperanza de los primeros cristianos.
Un resumen de la esperanza del evangelio
En capítulos anteriores he colocado usualmente al final un breve resumen de los puntos principales, por lo que en este momento podría ser útil presentar un sumario más extenso de las cosas que hemos examinado en nuestro estudio de ambos Testamentos de la Biblia.
Ud. recordará que en el capítulo 1 vimos que el reino de Dios fue el tema de la predicación de Cristo y los apóstoles, y que las decenas de referencias al respecto sólo pueden reconciliarse unas a otras si se considera el reino como verdaderamente literal. Luego vimos la notoria profecía de la estatua metálica que predijo que el reino de los hombres, un día sería súbitamente reemplazado por un reino de Dios en todo el mundo.
Con este esbozo general en mente dimos entonces un tremendo salto hacia el futuro, y de los profetas del Antiguo Testamento y de las referencias del Nuevo Testamento obtuvimos el bello panorama de un mundo libre del mal, y gobernado por un sabio, justo y firme gobernante divino.
Luego retrocedimos casi hasta el comienzo de la Biblia para señalar la forma como Dios planeó lograr este mundo perfecto. Dios seleccionó a Abraham para ser el padre de su nación, y le hizo una solemne promesa, garantizada por su propia existencia. Abraham iba a tener un descendiente en quien algún día toda la tierra sería bendecida, y quien poseería la tierra y la gobernaría, poniendo a todas las naciones bajo su dominio.
Cerca de mil años más tarde Dios dijo al rey David quien gobernaba entonces sobre los descendientes de Abraham, la nación de Israel, que él tendría un hijo, de hecho la misma persona prometida a Abraham, y ahora de nuevo el énfasis estaba en su gobierno. El hijo de David iba a reinar por siempre en el trono de David y establecería su reino eternamente.
Combinando estas dos grandes promesas los judíos esperaban la venida del que llamaban su Mesías, en quien serían cumplidas ambas promesas. En los escritos inspirados de los profetas hay muchas alusiones a la venida de este Mesías y el trabajo que realizaría para traer bendiciones a la tierra.
En el Nuevo Testamento encontramos que el primer versículo es un enlace inmediato con estas promesas, y en el nacimiento de Jesús se dijo que él era la persona en quien vendrían a ser cumplidas. Durante su ministerio Jesús demostró continuamente que él era el Mesías, pero enseñó que su papel como gobernante del mundo se realizaría solamente después de ir al cielo y regresar.
Después de su resurrección Jesús continuó predicando un reino literal, y este tema fue repetido en la misma forma por sus apóstoles en su dedicación por convertir hombres y mujeres al cristianismo. El reino de Dios en la tierra fue la clave del mensaje original predicado por apóstoles como Pedro y Pablo, cuyos escritos están llenos de referencias al respecto.
Primer siglo vrs. siglo XX
Después de este repaso de las creencias y enseñanzas del primer siglo sobre el reino de Dios surge obviamente la pregunta: ¿Comparte el cristianismo del siglo XX estas creencias originales? Si no lo hace, ¿a qué se debe el cambio?
Esto es lo que examinaremos en el siguiente capítulo.
~ Peter J. Southgate